Lo primero es lo primero. Tomate 45 segundos para leer este pasaje.
¿Lo leíste? Bien, sigamos con algo que nos ayudará a entender mejor las cosas:
EL CONTEXTO
El lugar era un mercado “religioso” ya que lo que se vendía en él eran animales para los sacrificios que se hacían en el Templo. Imaginen un mercado lleno de animales, bueyes y ovejas, entre otros, con sus ruidos característicos y con sus olores característicos. A eso, agréguenle el olor de los humanos y el calor del día en Jerusalén. Ahora, súmenle a la ecuación un montón de cambistas y tenemos una sopa de olores, sabores, sonidos y sensaciones que sólo se encuentran en un mercado. Un escándalo para los sentidos.
Pero esperen… ¿por qué habían cambistas? Bueno, porque se acercaba la Pascua, una de las fiestas más importantes para Israel y eso atraía a judíos de todo el mundo para venir a realizar sus sacrificios en el Templo. Los cambistas, entonces, eran necesarios pues quienes venían de afuera, traían consigo el tipo de moneda de su ciudad.
EL LUGAR
Ahora bien, Jesús decide ir al Templo a adorar y se encuentra con ese mercado, que no habría sido tan problemático, si no hubiera estado en el atrio del Templo; un patio muy grande que ya formaba parte de la construcción sagrada. Así que, el problema del mercado religioso no era precisamente el mercado, sino el lugar en el que estaba porque ese lugar no era para vender, regatear, a veces estafar, robar, etc. Porque, aceptémoslo, todo ese tipo de cosas pasan en un mercado de este tipo.
Además, es imposible que ese mercado se haya instalado ahí de la noche a la mañana. Lo más probable es que los mercaderes y cambistas se fueron acercando poco a poco a la puerta del atrio hasta que alguno entró y, como no se lo impidieron, se metió un poco más. Y detrás de este, otro. Y detrás de este, otro. Hasta que, eventualmente, todo el mercado religioso había sido instalado dentro del Templo.
EL AZOTE
Así que, Jesús entra en el lugar, compra y toma unas cuerdas (no lo sabemos) y se va a un rincón. Contemplando la escena. Viendo lo que pasa. Sintiendo un malestar en la boca del estómago. Comienza a fabricarse un látigo, un azote, un chicote. Y se toma su tiempo, mientras siente que el enojo se va acumulando en su interior.
EL CELO
Por fin, Jesús termina su látigo y explota. Suelta los animales, voltea las mesas de los cambistas esparciendo las monedas por el suelo. Les arruina el negocio. Los intimida. Y no olvidemos que esta gente era gente dura, pero por alguna razón no opusieron resistencia. ¿Por qué? Quizá porque sabían en su interior que aquello que hacían estaba mal, pero creo que más que eso, era porque sabían quién era Jesús, sabían de lo que era capaz. Sabían que si él podía sacar de la tumba a Lázaro, podía enviar a cualquiera de ellos a esa misma tumba con una sola palabra. Lo sabían. Pero, además, creo que en ese día, los mercaderes y cambistas vieron que Dios mismo los había agarrado con las manos en las cabras, con las manos en las ovejas, y lo tenían frente a frente, con un látigo en las manos y el enojo en los ojos. Y sintieron la mirada de ira de Dios. Y no pudieron oponer resistencia. ¿Quién podría?
Pero ¿por qué se enojó tanto Jesús? Bueno, porque ese lugar, era la casa de su Padre y a Dios no le agrada que la gente haga algo sólo por quedar bien. ¿Y esto qué tiene que ver con lo que estamos hablando? ¡Pues mucho! Veamos, Dios había estipulado que para la fiesta de la Pascua, se debían hacer ciertos sacrificios, así que las personas debían tener ciertos animales en sus casas y criarlos durante cierto tiempo para luego emprender el viaje a Jerusalén. Con animales y todo. Así que, obviamente, con un mercado estratégicamente puesto dentro del Templo, toda esa “carga extra” se sacaba de la ecuación. El mercado era conveniente, a menos que quisieras hacer las cosas como de verdad Dios quería que las hicieras, es decir, que te esforzaras. Entonces, podemos decir que el mercado religioso le facilitó la vida a todos aquellos que querían que se les facilitara la vida, a todos los que querían cumplir con los sacrificios, pero que sólo lo hacían por quedar bien, por requisito, porque nimodo. Y si hay algo que enoja a Dios, es el compromiso a medias. Y no lo va a soportar en su casa. Punto.
NOSOTROS
Ahora bien, en ese tiempo, Dios habitaba en ese Templo pero ahora, gracias al sacrificio de Cristo en la cruz, Dios vive en los corazones de quienes se entregan a él. El “templo”, hoy en día, somos nosotros. Y las preguntas, seguro, ya las estás pensando, así que las voy a hacer: ¿Hay algún mercado religioso en ese templo que es tu corazón? ¿Hay algo que hacés sólo por quedar bien y no porque lo disfrutés? ¿Vas a la iglesia sólo porque no tenés nada mejor que hacer o vas porque es imposible hallar algo mejor? ¿Le cantás a Dios porque hay que hacerlo o porque te gusta hacerlo? ¿Le cantás por quedar bien o le cantás porque te encanta hacerlo? Según como respondás a ese tipo de preguntas, será tu corazón y todos, leeme bien, todos tenemos mercados religiosos en alguna parte del “templo” que somos.
Pero Jesús quiere que seamos menos mercado y más templo. Y al encontrar ese lugar en el que existe un mercado religioso en nuestro interior, tenemos dos opciones: esperar a que Cristo termine de fabricar su látigo o tomar nosotros mismos ese mercado y desecharlo de nuestro corazón para dejar a Jesús con un látigo sin usar.
Y si estás viviendo “en pecado” (como decís que “dicen”) y Dios te sigue “bendiciendo” quizá no sea porque le agrada tu forma de vivir, sino porque aún no ha terminado el látigo. Ahora lo sabés y sólo queda que, bueno, cómo decirlo, escojás qué vas a ser para Dios: Menos mercado. Más templo.
La decisión es tuya.
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