lunes, 17 de agosto de 2009

VDC • FUIMOS ROBADOS Y SEREMOS COMPRADOS

Génesis 39:1Gálatas 4:4-7

La semana pasada vimos qué es lo que pasa cuando Dios pone su puesto en el mercado y comete la mayor locura de negocios que pueda existir: vender gratis. Hoy veremos la segunda faceta en que Dios visita el mercado, no como vendedor, sino como comprador.

En los mercados encontramos de todo, son como pequeñas ciudades vivientes con su propia economía y hasta su propia ley. Esperen un momento, eso es. Son pequeñas ciudades. ¿Lo ven? Para Dios, nuestra ciudad es como un mercado y aunque él tenga sus puestos en donde vende todo tipo de cosas, como es Dios, puede estar al mismo tiempo vendiendo y comprando, recorriendo el lugar, ojeando los demás puestos, buscando los tesoros que tanto anhela: nosotros.

Al leer Génesis 39:1 vemos a un adolescente que es comprado por uno de los principales miembros de la cúpula de poder en Egipto. Piensen en ese quinceañero que en un momento fue arrebatado de su hogar, su familia, su país, sus costumbres y de todo lo que conocía, y fue llevado cautivo a otro país, con otro idioma, con otro pensamiento, con otras costumbres y, además, para ser vendido como esclavo. Ni siquiera se perdió en ese lugar nuevo porque estaba ahí en un viaje de placer. No. Había llegado como esclavo, sin voluntad propia, sin voz, sin valor alguno más que su capacidad para trabajar y soportar la vida de un ciudadano menos valioso que una mascota. ¿Se imaginan?

Esto nos lleva a nuestro primer punto, porque nosotros, como José, también nos encontramos en un mercado como el de la historia. ¿Pero cómo llegamos ahí?

I • FUIMOS SECUESTRADOS

¿Qué harías si un día uno de tus hijos sale a jugar y alguien se lo lleva? ¿Qué harías si uno de tus sobrinos es secuestrado saliendo de la escuela? ¿Qué harías si se llevaran por la fuerza a alguien que es muy querido para vos? El dolor, dicen, es insoportable.

Si esto te pasara, no descansarías. Harías lo que fuera necesario para encontrarlo y si pasaran los años y fuera imposible encontrarlo, nunca lo olvidarías. Vivirías el resto de tu vida esperando verlo al cruzar la esquina, al entrar a un nuevo edificio, al pasar en un semáforo.

De la misma forma, nosotros fuimos secuestrados. Nos llevaron lejos. Nos arrancaron del propósito para el que habíamos nacido y nos hicieron creer que éramos un accidente, que no valíamos, que no merecíamos amor ni perdón, que la vida se acaba en este mundo, etc. Algunos fueron secuestrados por vicios. Otros fueron secuestrados por el abuso. Algunos más fueron secuestrados por el abandono, el dolor y el rencor. Ejemplos hay muchos. ¿Quién o qué te secuestro a vos? ¿Quién te llevó de los brazos del plan de Dios? ¿Quién te robó e hizo que casi olvidaras lo que en realidad valés?

II • EL DIABLO NOS EXHIBE

¿Quién te llevó atado al puesto en donde se venden los esclavos para exhibirte? Porque el diablo te exhibe, muestra lo bajo que te ha llevado, lo pobre que te ha vuelto, lo vacía que te ha hecho la vida. A él le encanta mostrarte pero no sólo por el placer de hacerlo, sino para venderte.

José fue llevado al mercado de esclavos en Egipto. Ahí lo vio Potifar y lo compró. Aparentemente, José había sido liberado, pero no era así. Simplemente había cambiado de dueño, pues seguía siendo un esclavo en la casa de su señor. Es decir, no tenía voluntad propia, había logrado alcanzar cierto poder, pero no era libre. Al final del día, le pertenecía a Potifar y éste podía hacer con José lo que quisiera.

Esto nos pasa a nosotros. Luego de ser secuestrados, somos llevados al mercado de esclavos en donde somos exhibidos para que alguien nos compre. Quizá una pareja. Un trabajo. Un sueño de juventud. Una amistad. Un refugio químico que nos protege por un momento de la gran tristeza que nos agobia. Un encuentro casual en un motel. Un arrebato de enojo o indiferencia. Lo que sea, mientras no sea Dios, sólo será otro Potifar. Alguien o algo que creemos que nos dará la libertad que tanto extrañamos, pero que termina atándonos más. Pecado tras pecado. Mala decisión tras mala decisión. Potifar tras Potifar. Terminamos en una cadena de ventas en la que nosotros, como un producto, pasamos de un dueño a otro, cada vez alejándonos más de aquello que fuimos, cada vez olvidando más aquello de lo que fuimos arrebatados.

III • DIOS NOS COMPRA

Pero lo último que quien nos secuestró esperaría ver en el mercado, es el dueño legítimo de la mercancía. Pensá en esto. Todos sabemos que hay lugares en los que venden los radios de los carros luego de robárselos. ¿Te imaginás la cara de uno de estos malandrines cuando tratan de venderle el radio robado al dueño legítimo? Nadie espera que eso pase. No debe ser agradable. Pero pasa.

Con Dios, también pasa.

Cuando Dios viene al mercado a comprar, no viene a comprar verduras, macetas, carne, ropa, herramientas o cualquier otra cosa de esas que se encuentran en los mercados. Él viene con un objetivo: el puesto de los esclavos. Él recorre los mercados del mundo en busca de sus hijos, de todos los que se entregaron al secuestrador gracias a la mentira. Y viene a comprarlos. No viene a liderar una revolución. Viene a comprarnos. Ya pagó el precio. En la cruz.

Viene, camina entre los pasillos atestados de personas, entre el bullicio de los que venden y los que compran. A veces lo empujan, lo estorban, lo retrasan. Pero al final te mira, en una jaula, amarrado, engañado, cansado. Y entonces él empuja, hace a un lado a todos, ve tu rostro y sabe que sos a quien está bucando. Llega hasta el puesto y te levanta. El encargado le exige el precio y con una sola mano, sin soltarte a vos, lo toma a él del cuello, lo arroja con violencia sobre el mostrador improvisado de madera y le muestra las cicatrices de sus manos. El precio ya fue pagado. Ese esclavo es su hijo. Vos sos su hijo y vino a rescatarte. Te desata y entendés que ahora sí sos libre. No te compró otro esclavista. Te compró tu papá.

CONCLUSIÓN

En Gálatas 4:4-7 dice que fuiste comprado y que ahora ya no sos esclavo sino hijo, y como sos hijo, también sos heredero con tu hermano mayor: Jesús.

Quizá te sintás como un extraño al volver a casa, porque tanto tiempo fuera te afectó. Quizá tengás que aprender de nuevo a decirle “papá” a tu papá o a abrir el refrigerador sin pedir permiso. Pero vas a lograrlo. ¿Cómo? Entendiendo que nunca dejaste de ser amado por Dios y que por ese amor vino al mercado a comprarte.

Quizá pensés que sos malo porque a pesar del tiempo, seguís teniendo costumbres de esclavo, miedos de esclavo. Quizá seguís siendo un esclavo en tu mente. No importa. Dios sabe que necesitás tiempo para adaptarte a tu nueva vida de hijo, a tu nueva libertad. Sólo te pide una cosa. Ahí donde estás, donde te acaba de desatar. Ahí donde te acaba de encontrar, te pide que decidás seguirlo a casa. Es tu decisión. ¿Vas a seguirlo? Así como estás. ¿Vas a tocarlo con las manos sucias? A él no le importa. Te buscó por todas partes y por fin te encontró. ¿Vas a seguirlo?

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